Con su veste ondulante, de visos nacarados -aún cuando camina parece que danzara- cual ágiles serpientes que en la mágica vara y en cadencias concitan los juglares sagrados;
Como la arena fosca y el azul inclemente -una y otro impasibles ante el dolor humano; como la red sin fondo del artero océano, va desplegando Ella su mirar indolente.
Tersos, fingen sus ojos un metal agorero -amalgama de oro, gemas, lampos de acero- suma del ángel puro y la esfinge profunda,
y en su naturaleza simbólica y extraña esplende para siempre, con su inútil entraña, la fría majestad de la hembra infecunda.
Versión de Carlos López Narváez |
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