Devora el sol restos ya inciertos; el cielo roto, hendido, es una fosa; la luz se atarda en la pared ruinosa; polvo y salitre soplan sus desiertos.
Se yerguen más los fresnos, más despiertos, y anochecen la plaza silenciosa, tan a ciegas palpada y tan esposa como herida de bordes siempre abiertos.
Calles en que la nada desemboca, calles sin fin andadas, desvarío sin fin del pensamiento desvelado.
Todo lo que me nombra o que me evoca yace, ciudad, en ti, yace vacío, en tu pecho de piedra sepultado. |
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A Rafael Vega Albela, que aquí padeció |
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